
Escuchamos una y otra vez
lo mismo, y así mismo lo
olvidamos. Seguimos
corriendo, tropezándonos con los pies, caemos de
bruces y ahí mismo, tirados en el piso, es cuando
recordamos y escuchamos retumbar una y otra y otra vez
lo mismo, ese consejo cruel, tan acertado, tan olvidado y útil. Nos paramos y con las marcas de la caída andamos, seguimos, caminamos y volvemos a correr para volver a caer. No se
cuando,
porque, ni
donde, pero se que siempre
caemos. Al igual que las
montañas rusas, esto termina. Ellas suben, frenan, caen, te llenan de adrenalina, de emociones, dan vueltas en el aire,
vómitos vuelan y caen afectando a los
curiosos, otros
escupen a los demás sin darse cuenta que en esa vuelta la escupida les llego a
ellos, después viene la parte en la que ves venir la
ultima vuelta, el
ultimo salto, la
ultima emoción, el
ultimo aire, y es cuando te das cuenta lo poco que duro, lo poco que lo disfrutaste, cuando todo cae. Así es la
vida, caídas, subidas, bajadas,
pérdidas así como los vómitos,
reencuentros así como las escupidas. El
amor no difiere mucho de las montañas rusas, quizás en lo que no se asemeja, es que
nadie decide subirse a el, llega solo, y causa los mismos
efectos, hasta la muerte en los casos mas alocados, y
extremistas.
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